lunes, 15 de junio de 2009

Romanos 7:2

¡Cocinas de mierda!, hija de puta.
No me insultes.
¡Eres una puta igual que tu madre!, y no me contestes, ¡gorda! –alzo su puño golpeando la mesa.
Eres un sinvergüenza.
Y tú una hija de perra y una gorda –gritaba, mientras estrellaba el plato de espaguetis contra la pared a escaso centímetros de ella.
Animal. Casi me das, sinvergüenza –le dijo alzando la voz y quitándose los trozos de espagueti de encima de la blusa.




Te voy a matar hija puta –gritaba mientras abandonaba la cocina dando gritos y rompiendo todo lo que se cruzaba por su camino.

Mientras en la cocina, su mujer de toda la vida, en silencio, con la cara inundada en lágrimas, recoge los restos de comida del suelo y de la pared.



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Descansa su cuerpo sentada en una vieja silla de enea, la encantan las noches, la relaja tanto el silencio y la paz que se respira. El brillo de la luna la acompaña en sus pensamientos, el relente de la noche la mantiene fresca.

Es incapaz de saber cuando empezó todo, intenta recordarlo insistentemente, pero no es capaz de recordar. Más de 30 años de imágenes de su propia vida pasan por su mente a velocidad de vértigo, pero los malos momentos ganan la batalla a los buenos. Si al menos recordara cuando fue la primera vez que la dio una bofetada.

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Camina descalza, despacio y con miedo, no quiere que se despierte. Sus ronquidos delatan que se encuentra felizmente dormido, asoma la cabeza a la habitación, sigue siendo tan guapo.

Más de 15 años sin dormir juntos, las lágrimas nuevamente brotan de sus ojos, se acerca a el y se sienta en uno de los cojines del suelo, apenas unos centímetros separan sus rostros y tras largos minutos la vence el sueño.

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Estas loca o que te pasa –la increpa, mientras la despierta de una patada.
¿Qué pasa? –grita asustada revolviéndose en el suelo.
Pero que coño haces en el suelo, estas para encerrarte.
Me quede dormida, lo siento.
Gorda de los cojones, no tendrás tu puta cama, casi me matas del susto.
Lo siento, lo siento –balbuceaba mientras recomponía su camisón e intentaba levantarse.
Levántate de una puta vez y hazme el desayuno –la espeto mientras se dirigía al baño.

Se elevo del suelo torpemente, un dolor agudo la oprimía el pecho y las lágrimas la nublaban la vista. Al salir de la habitación sus miradas se cruzaron, el, con rabia y desprecio, ella, con ternura y humillación.

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Un pitido indica que la cafetera termino su trabajo, al tiempo que ella calienta la leche y prepara unas tostadas, sigue con el camisón puesto y el dolor que se ha instalado en su pecho apenas la deja respirar.

Siente los pasos de su marido y un temblor invade su cuerpo, mientras, en el tazón de toda la vida sirve el café y la leche a partes iguales. El se sienta sin apenas mirarla y toma un sorbo.

¿Sabes?, no estas bien, seria bueno que te viese un medico.
Un medico, ¿Por qué? –le contesto, mientras de pie, apoyada en la encimera de la cocina, tomaba su desayuno.
Porque estas loca, por eso –la dijo mientras untaba la tostada en el café.
Tú si que estas loco –lo dijo sin pensar, mientras un sorbo de café calentaba su estomago.
¿Qué has dicho? –la pregunto en tono amenazante.
Nada, nada, no he dicho nada –el pánico se apodero de ella y la taza del desayuno se movía en su mano como si tuviera vida propia.
Llamare hoy para pedir cita. Seguro que te encierran, ¡gorda! –dijo con voz socarrona mientras se levantaba de la mesa, abandonando la cocina.

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Aquellas palabras sonaban en su cabeza y se repetían una y otra vez, “Seguro que te encierran, ¡gorda!...”, ”Seguro que te encierran, ¡gorda!...”. No podía conciliar el sueño, oía sus ronquidos, el si que era feliz nada perturbaba su sueño.

Se acerco a la cocina y estrecho en su mano el tazón de su marido, lo atenazo entre sus manos y se dirigió hacia la estancia de los ronquidos, su paso era rápido y firme, y el dolor volvió a su pecho.

Elevo el tazón y con firmeza golpeo en la sien de su marido, una, dos y hasta tres veces. El dejo de roncar y ella soltó el tazón, el dolor del pecho la abandono y su respiración se fue calmando.

Se desprendió del camisón, apareciendo su cuerpo desnudo, retiro las sabanas donde el yacía de costado, acurrucándose a su lado y abrazándolo. Sintió su calor y su cuerpo respondió con excitación, hacia tanto tiempo que no lo sentía tan cerca.

Acerco su cara a su oído y cerrando los ojos, en voz baja:

Te quiero, mi amor.






Romanos 7: 2






Porque la mujer casada está sujeta por la ley al marido mientras éste vive: pero si el marido muere, ella queda libre de la ley del marido.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esa es la cruda realidad pero joder que duro es compañero

Anónimo dijo...

--""Si al menos recordara cuando fue la primera vez que "la" dio una bofetada.""--

Olle primo, heso de ai no es un laismo?

Besos desde Senegal.


(...)“Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas.Han tomado la extraña resolución de ser razonables.Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades. (...)


Jorge Luís Borges.