Un instante.

Apenas han pasado 25 años desde que por primera vez la luz de sus ojos cegó mi mente y escasos 20, desde que opte por compartir el mismo jergón y vivir bajo el mismo techo. Tan solo 5 años fueron suficientes para comprender que aquella luz cegadora que nublo por segundos mi mente, seria el faro que determinaría el rumbo a seguir en la construcción de mi destino.

Fue un instante, lo reconozco, solo eso, un instante. Entro por el quicio de la puerta con su uniforme de colegio de niña bien, su larga melena color castaño asaltaba su blusa blanca hasta la mitad de su espalda y una chaqueta verde botella anudada a su cintura, ceñia desarregladamente su falda escocesa, escondiendo unos tupidos leotardos verdes que se hacían visibles por encima de sus rodillas enmarcados en unos planos mocasines negros.

Entro desenfada, alegre, jovial y tiro una carpeta y unos cuantos libros encima del mostrador de la tienda, me miro apenas un instante y siguió camino hasta acercarse a la dueña y con un abrazo darla dos besos.

Yo quede embobado, ciego de tanta luz, sin articular una sola palabra pero escuchando como ambas casi entre susurros hablaban de algo que no pude llegar ha entender.

-José, escuche y me gire.
-Si, respondí.
-Es mi hija, Begoña.
-Hola, solo eso llegue a decir, mientras me acerque fascinado aprovechando su cercanía y acompañe a tan sosa presentación dos firmes besos.

Aspire con profundidad el olor tan especial que emanaba de su cuerpo, un olor como ningún otro, que me viene acompañando y forma parte de mi cultivado olfato, ella recogió sus libros y salio igual que entro, rápida y fugaz.

Tan solo 25 años separan ese efimero momento, años de aspirar su olor y conseguir escudriñar todos y cada uno de sus matices, de mantener viva la luz cegadora del momento y gozar de ella a cada instante.