miércoles, 1 de octubre de 2008

Rumbo a Casamance

Una sala de apenas 150 metros con unos bancos corridos frente a una cristalera, el mar a lo lejos y al frente, barcos atracados en el puerto, una serie de ventiladores de aspas colgados en el techo intentaban a pesar de los años que nuestra estancia gozara de un poco de aire, mientras, la sala se iba llenando de gente y sus enseres para embarcar y poner rumbo hacia la Casamance.

Cuando la puerta de aquella sala se abrió, parte de la gente que esperaba ya se había puesto en pie y generaba un pequeño tumulto más que una cola, empezamos a abandonar el recinto sin un rumbo fijo, siguiendo a la masa humana que parecía conocer el destino. Fuimos nuevamente recluidos en pequeños vehículos con apariencia de minibus, en los cuales todo indicaba nos llevarían hasta el barco, aunque la distancia que nos separaba del mismo apenas distaba 100 metros.

Frente a nosotros se encontraba un barco de generosas dimensiones, con olor a nuevo, cosa poco habitual por estas latitudes. Tras el saludo de parte de la tripulación y la entrega de los billetes pudimos embarcar y librarnos de nuestra bolsa de viaje en el camarote, recorrimos aquel flamante barco hasta que nuestros huesos encontraron un bar en una de las cubiertas y optamos por el merecido descanso, nuestros cuerpos se relajarón mientras el sol abandonaba Dakar.

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(...)“Se trata de hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas.Han tomado la extraña resolución de ser razonables.Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades. (...)


Jorge Luís Borges.